

La Resistencia Yanakuna
El regreso de los chaskis
Por: Lizeth J. Piza.
En sus pies está el futuro, en sus voces el mensaje, y en sus rostros están los vestigios de sus antepasados. Lo único que debían hacer era correr.
Los ancestros debían estar sonriendo al verlos trotar. Siglos atrás, los chaskis [mensajeros] eran reconocidos por recorrer grandes distancias con la fuerza de un huracán. Desde Argentina hasta Ecuador, corrían sólo para dar un mensaje y luego, los olvidaron. Ya no había nadie que replicara la voz de la Pachamama. Ahora, sólo era un vago recuerdo que tenían los mayores de la comunidad.
Hasta que, un domingo regresaron en forma de niños. Con las caras rojas y los cachetes temblando tras cada paso, las piernas parecían que en algún momento iban a flaquear y la sed parecía no dejarlos avanzar. Ellos no eran atletas ni deportistas profesionales. No recorrieron las mismas distancias que los primeros chaskis. Desde el estrecho del río Magdalena hasta el pueblo de San Agustín se les vio trotar, fueron 12 kilómetros en lo que no decidieron parar. Ellos estaban intentando aprender lo que hacían sus ancestros: despertar el espíritu.
Entre esos chaskis estaba Johny, uno de los que más destacó en la carrera. Jamás soltó el bastón tradicional que todos hicieron días antes de la carrera y alentó a aquellos que se cansaban de correr. Sayari no aguantó el impulso de preguntarle:
- ¿En qué consiste la carrera de chaskis?
-Consiste en que los chaskis van entregando un mensaje – respondió Johny.
-¿Y no llevabas un bastón?
Sí, todos los niños – dijo mientras tomaba su bastón con seguridad, pues nunca dejó de andar con él – el que no tuviera bastón no podía ir.
-¿Y por qué corrían?
-Para llevar un mensaje. Era entregar una carta a los señores del pueblo.
- ¿Y qué decía la carta?
-No… no me acuerdo – dijo el chaski agachando la cabeza.
Johny tenía apenas 7 años, y recordaba más que muchos chaskis de la comunidad. Es divertido correr 12 kilómetros, pero no es tan fácil entender el por qué. Entonces su tío, Nawani, le ayudó a recordar.
-Que no corten los árboles, que digan no a los megaproyectos en el río Magdalena, que cuidaran la madre naturaleza – dijo su tío, el exgobernador de la comunidad que había cuidado el fuego en aquella carrera.
-¿Cuál era el mensaje para los otros niños? – insistió Sayari.
-¡Ah! – dijo alzando la cabeza con orgullo – Que cuidaramos la Pachamama, la tierra.
Ese domingo, a las 7 de la mañana tomaron la chiva para llegar al estrecho del Río Magdalena. Todo el mundo estaba invitado, pero eran alrededor de 40 personas los que decidieron empezar a correr. Primero, pidieron permiso a la Pachamama y a los 4 elementos sagrados: Taita Nina [Padre Fuego], Taita Wayra [Padre Viento], Mama Yaku [Madre Agua] y Allpa Mama [Madre Tierra].
Allí, empezó el ritual de armonización: lavaron los bastones de cada uno con la ayuda de plantas sagradas; varios adultos y niños se refrescaron con unas pocas gotas que un mayor les regaba sobre sus cabezas. Prendieron al Padre Fuego para llevarlo todo el camino sin que se apagara. Recogieron un poco de agua del río junto con la tierra que estaba cerca de él. Con instrumentos de viento, como kenas y zampoñas, hicieron que el Padre Viento estuviese presente. Todos los elementos estaban acompañando la carrera hasta que llegaron a la Yachai Wassi [Casa del pensamiento] y pudieron hacer la correspondiente ofrenda a sus taitas y mamas.
Durante el recorrido, parecía que los niños habían tomado toda la energía de sus ancestros. Atrás habían dejado a los adultos y mayores, quiénes los motivaban gritándoles:
-¡Chaskis, chaskis!
¡Fuerza, fuerza!
¡Por mi raza!
¡Por mi tierra!
Al llegar al pueblo de San Agustín, todos se organizaron para trotar de manera uniforme. Las mujeres decían: «¡Sí a la vida!», y los hombres respondían: «¡No a las represas!». Las personas del pueblo, extrañados por ese grupo de personas con camisetas blancas con la insignia de: «Carrera de Chaskis», que corrían con banderas que tenían los colores del arcoirís [La bandera de los pueblos andinos], y gritando aquél mensaje; recibieron las cartas que los chaskis tenían para ellos.
Con calma regresaron a la Yachai Wassi. A las 5 de la tarde empezó la entrega de las ofrendas: el fuego que nunca se apagó, el agua y la tierra que recogieron y la danza que todos realizaron con aquellos instrumentos que nunca dejaron de sonar. A la 1 de la madrugada se acabo la carrera de los chaskis. Los mayores satisfechos por recordar las historias que venían de sus ancestros, los maestros, como Sayari, orgullosos de todo ese esfuerzo, y los niños, que quizá poco comprendían, con una sonrisa en el rostro se despedían del Padre Fuego.
Ilustraciones hechas por Jessenia Piza con base en las fotografías de Edicson Amado.







