

La Resistencia Yanakuna
Por: Lizeth J. Piza.
La colonización del pueblo Yanakuna no ha terminado, siguen luchando para que no se acaben sus costumbres, incluso cuando no las recuerdan.
La Pachamama [madre tierra] está llorando. Se agrietan sus terrenos, se mueren sus frutos y los ríos represados dan un grito ahogado en busca de ayuda. Sus súplicas parecen un susurro al aire que pocos logran captar, pero con los oídos alerta los yanakunas tratan de escuchar. La tribu también tiene grietas en la memoria: no recuerdan cómo hablar su idioma e incluso a algunos les da vergüenza aprenderlo. «Eso es idioma de indios, no queremos hablar eso», se quejó Sebastián, un niño en la escuela, sin saber que él también era indígena. Y esto parece una carrera contra Occidente, contra todo lo que sigue colonizando el pensamiento, pero es más bien un último intento por sobrevivir.
Los yanakunas no son los únicos que luchan, ellos lo saben. Por eso, Sayari Campo, una de las nativas de la tribu, emprendió un viaje desde San Agustín hasta La Plata (Huila) acompañada del exgobernador de la comunidad, Nawani, y de Johny, uno de los niños reconocidos como chaskis [mensajeros]. Se dirigían hacia la comunidad nasa pues, así como la Pachamama pide ayuda, otra comunidad indígena lo hacía también.
Los nasa tampoco sabían su propio idioma, así como los yanakuna, sólo unos cuantos podían hablarlo con claridad. Su cabildo que, se encontraba lejos de la ciudad [La Plata], permitía a los integrantes de la comunidad estar cerca unos de los otros. Pero las reuniones no acercaban a los integrantes, ni mucho menos conocían las costumbres ni el idioma. Una de las cosas por las que más luchaban en aquellas reuniones eran los recursos, pero no entendían para qué los necesitaban.
-El gobierno nos muestra un montón de plata y pa’ allá nos vamos – dijo con vergüenza uno de los nasas –. Si ellos nos llegan con 1.000 millones para que nos vayamos de aquí, seguro que nos vamos.
Por eso llamaron a los yanakuna. Sayari y Nawani fueron los primeros en liderar el encuentro y pidieron la presencia del padre fuego.
-Lo primero que tienen que hacer es prender el Padre Fuego – dijo Nawani mientras el fuego crujía.
-Un conversatorio sin el padre fuego o el Taita Nina, como le decimos nosotros, no es conversatorio – agregó Sayari entregando unos granos de maíz.
Todos estaban atentos alrededor al Padre Fuego: madres con sus niños en los brazos, el pequeño chaski de 7 años, los mayores nasa y sus familias enteras. Tenían en sus manos los granos de maíz que repartió Sayari, los cuales representaban el número de personas con el que vive cada uno. «Deben tomarlos entre los dedos y pensar en aquellas personas para hacer una ofrenda de corazón – explicó Sayari – después, tiran los granos al Padre Fuego». Uno tras otro realizaron la actividad, inclusive los niños. Hasta que se escuchaba el crujir del maíz al llegar a las llamas que todos rodeaban.
Se baila, se escucha música, se mambea coca; eso es lo que normalmente se hace para armonizar el conversatorio, pero esa noche esa tarea la tendría Johny. El chaski tomó lo único que cargaba en su pequeño bolso: un caracol. Inhaló con fuerza hasta que sus pulmones se llenaron y empezó a soplar. Se escuchó un chillido al principio y unas risas al fondo. Volvió a soplar. El chillido empezó a tomar fuerza. Hasta que la tercera vez que sopló, se escuchó verdaderamente la armonía que producía el caracol.
A la mañana siguiente, todos se levantaron temprano para seguir con el aprendizaje. El Padre Fuego seguía encendido. «Es importante no apagar el Padre Fuego – dijo Nawami con el ceño fruncido – hay que dejarlo irse solo». Mientras, Sayari había reunido a todos los niños para integrarlos en la reunión con una danza. Sacaron los instrumentos que no sabían tocar y bailaron sin importar la falta de coordinación.
-Lo que falta es que venga un maestro que nos enseñe música – exclamó uno de los nasas.
-Pero esto también es educación, estar frente al padre fuego, mambear la coca, bailar… Lo que tienen que hacer es involucrarse todos – lo interrumpió Nawani.
Y esa fue la tarea que les dejaron los yanakunas. Hacer lo mismo que ellos hacían: recoger el conocimiento de los mayores y transmitirlo a los más pequeños. No es una cuestión de falta de profesores, de recursos o de riquezas. Nawani lo dijo en aquel conversatorio:
-La espiritualidad dice que la riqueza no es sólo el factor económico, la riqueza es también apoyar al hermano.
Por más que los yanakuna quieran luchar contra la colonización, esta se entromete hasta en los más simples planes. De regreso a San Agustín, Johny tomaba su bastón de chaski como si hiciera parte de su cuerpo. Una soga delgada rodeaba su espalda para que el bastón no se fuese a perder. En la parte superior de este se desprendían unas tiras de colores que representaban la bandera de las comunidades andinas. Sentado en la parte trasera del bus, sus ojos se posaron en el camino hasta que dio un brinco al ver la estatua de una virgen seguida de una iglesia.
-Hay que echarse la bendición – dijo Johny, después de persignarse con rapidez.
La colonización se presenta de varias formas. El 1 y 2 de noviembre se celebra el día de los muertos o Ayaraimi en la comunidad. Todos se reúnen a hacer pan con formas de personas, de aquellos que ya se fueron alguna vez. Mientras que el día anterior los niños salieron a las calles disfrazados de brujas, monstruos y demás disfraces. «Si los niños quieren disfrazarse en Halloween ¿por qué no hacerlo?» le dijo uno de los padres a Sayari. Esto lo saben los yanakuna, y desde el colegio les tratan de explicar que eso no es de ahí, que es una celebración de otro lado.
En otros resguardos de la comunidad, por ejemplo, en Río Blanco, varias familias practican otras religiones, restringiendo la participación de los niños en las mingas [trabajo comunitario]. Se desvaloriza los saberes de la tribu; un sobandero al lado de un médico no representa conocimiento, una partera al lado de un obstreta no conoce de recibir la vida, el padre fuego no es nada al lado de un templo de Dios. «La inserción de la religión fue hecha para generar distracción, para que nuestras costumbres se vieran como satánicas», dijo un yanakuna. Por eso se trabaja para conocer las costumbres verdaderas, «para contar la historia de verdad», como dijo con orgullo Sayari.
Grietas de la memoria























